La Navidad es un momento especial para la gran mayoría de gente en todo el mundo. Y si bien las formas de celebrarlo varían de cultura en cultura, es una tradición que se viene manteniendo hace más de 2000 años, lo cual habla bastante del significado que tiene.
El famoso árbol navideño es un símbolo infaltable de esta tradición y un bonito detalle que da calidez a los hogares y centros comerciales. En especial por su colorido y porque suele ser el centro de todos los regalos que abriremos cuando den las 0hs del 25/12.
Y acá surge el dilema, en esta sociedad industrializada en la que vivimos hace ya unos cuantos años no alcanzan los árboles naturales para todos y aunque alcanzaran, en muchos lugares, no entran. Eso convierte a los árboles plásticos en la solución “perfecta” para todos los hogares que quieren mantener la tradición y tener su símbolo navideño en el living de su hogar o en el centro de su tienda.
¿El problema de esta solución “perfecta”? La cantidad de dióxido de carbono que se genera para producir estos arbolitos es de alrededor de 40 kg, es decir casi 10 veces más que lo genera un árbol natural. ¿Cómo compensamos esta diferencia para no alimentar la emisión global de gases de efecto invernadero? Cuidando mucho ese arbolito plástico para que pueda utilizarse por muchos años, al menos 12, para equiparar el nivel de emisiones que genera su producción.
Aquí es donde el concepto de economía circular puede ser un factor interesante a tener en cuenta. El ser humano tiende a la renovación y al cambio. Es parte intrínseca de nuestro carácter. Esto se puede traducir en una necesidad imperiosa de cambiar el arbolito cada poco tiempo para tener uno nuevo en nuestro hogar o comercio. Pero ¿implica eso que debamos tirarlo si el árbol y todos sus accesorios decorativos están en buenas condiciones? ¡De ninguna manera! Ese árbol se puede vender, si uno quiere recuperar parte de la inversión o se puede regalar, para que otra familia que tal vez no puede acceder a comprar un arbolito, tenga uno en Nochebuena. También podemos intercambiarlo dentro de nuestra familia por el que haya estado usando nuestro hermano, primo, padres o hijos.
También podemos pensar un poco afuera de la caja y si no tenemos arbolito o tenemos un lindo gatito que se haría un festín con él, pensar formas alternativas de decorar la casa con el espíritu navideño. Después de todo, la esencia de esta celebración es la alegría y la unión de la gente y estamos seguros de que hay muchas formas diferentes de lograr eso.
No todas las tradiciones están mal, muchas tienen su razón de ser y están buenas pero si queremos cambiar el mundo y empezar a pensar en un futuro más sustentable, es momento de replantearnos algunas. Ser conscientes del “Lado B” del consumo que realizamos y sobre todo ser muy creativos para lograr el resultado que buscamos por otras vías que no sean las de seguir contribuyendo al calentamiento global.